SIT COM


I

Una pequeña empresa e crecimiento.

DIRECTOR- Los hemos reunido porque hemos decidido comentarles a todos, como familia que somos, que nuestra empresa se ha fusionado y ahora somos una corporación. (Rostros de sorpresa) Esperamos un gran futuro y una suma de proyectos. ¿Asi se dice? Si, si, si. Proyectos.Me gusta.
Como la noticia aun no es oficial queremos que no se corra la novedad por el radio-pasillo. ¡Jajaja!
Aun no hemos decidido el nuevo nombre pero confiamos en que el flamante departamento de Marketing lo hará con suma inteligencia e inventiva
Corte. Se ve a dos hombres que estan colocando en la entrada del edificio: “ABC Corporation”.
Como es de saber, en toda fusión habrá pequeños cambios, ciertos desplazamientos, ascensos para hacer de este ambiente flexible, dinámico. Nuestro equipo de Recursos Humanos seleccionará a los más destacados. Nos gusta el estímulo y el crecimiento laboral. Esperamos que estén con ansias de trabajar y con la “pro-actividad” que nos caracteriza.
SOCIO II- Estimados. Gracias por escucharnos.
Con temor, se levantan



Mientras tanto, en otro piso de la oficina...


José, sudando, abre la puerta de la oficina del director. El Director se levanta sorprendido. Está intentando armar un juego de cuadrados inútilmente.

SOCIO I - ¿Qué es lo que ha pasado?, ¿Qué es tan importante?, ¿Otra vez los programadores nos quieren hacer huelga por estar en negro?
JOSE (Tartamudeando nervioso) –Señor Jefe, la… la…la cafetera del tercer se está tragando las monedas…
Socio I se levanta de su asiento alzando su dedo indice.
SOCIO I - ¡Muy bien José! ¡Organicemos una meeting! 
Se levantan apresurados. Se corre la noticia.



Meeting. Sala de reuniones de Recursos humanos “HITLER I” (Otras salas se llamaran “Eisenhower”, “Margaret Tatcher”). El cartel señala “Prohibido fumar”, “Prohibido pensar”)

Gente de alta jerarquía. Se enciende un grabador. Caras preocupadas.
-Comencemos cuanto antes esta reunión .
-Bien.El café con leche se ha agotado y nuestro proveedor nos pide un aumento del 32% lo que para comprarlo tendriamos que eliminar Megatlón. El capuccino provoca malestares estomacales y ya nadie lo toman. El Moccacino se mezcla automaticamente con el te, provando un mejunje intomable… ¡Miremos ahora los porcentajes! (El junior busca una diapositiva, se confunde, se pone nervioso, vuelve a buscar, la encuentra finalmente y se la alcanza al Semi-senior. Este le pasa un trapo, la da vuelta, y se la pasa al Senior; este chequea los datos con su notebook en pose intelectual, luego se la alcanza al Team leader que lo aprueba con ánimo exagerado)
-Veremos qué podemos hacer. Hablaré con Recursos Humanos. Confío en su inventiva y profesionalismo.
-¿Cree necesario llamarlos?
-No, pero debemos que justificar su sueldo.
Corte. Oficina. Empleados de menor jerarquía.




JUAN- ¡Que buena noticia! Ahora somos una corporacion. ¡Cotizamos en Bolsa! ¡Podré comprar acciones!
Se da vuelta el Amargo.
AMARGO- Si, seguramente nos darán mas trabajo hasta que nos agotemos fisicamente y nos reemplacen por gente joven inexperimentada por un salario mínimo (menor)
B- ¿No le ves el lado positivo? Sumaremos empresas de renombre, como Philip Morris, Lucky Strike, IBM, entre otras.
AMARGO- Si, si. Ya lo creo…



El ocaso



Nuestro nueve elude al libero, y ante la salida del arquero intenta eludirlo para su deleite. El lateral llega y alcanza a tirar la pelota hacia afuera.
Suena el silbato final. Cero a uno.

El regreso  fue duro.El ruso, convertía del maravilloso fútbol dominguero, un juego ególatra. Una vez más nos quedábamos al pie de la desclasificación en el torneo abierto del Club Italiano. Solo nos salvaba el milagro de ganar por 4 goles al puntero y que el tercero perdiese con el anteúltimo.

En fin, todo el sacrificio de la semana en vano. Kilómetros corridos, horas de gimnasio tirados a la mierda. 


Para el siguiente partido, se nos ocurrió la idea de poner en el fondo una línea de tres, en el medio Bruno como volante  para poder contener a los hábiles volantes para buscar de un empate heroico o la derrota decorosa.


El partido fue un 1-2 sobre el final. Tras un córner a los 15 minutos del primero, un despeje tímido  de nuestro arquero, dejó en manos del nueve, clavando la victoria (nuestra derrota) en el partido inaugural del torneo.


Alguno disparó, en el asado, que el ruso debía colgar los botines y probar con otras actividades más de su estilo, como la apicultura o el solitario, sin ir más lejos.
El ruso, miró despectivo, y huyo de la mesa, como si fuese sido ajeno a la derrota.


Tras varios intentos de cambios tácticos  llegamos a los 25 puntos sobre los 40 del puntero, el temeroso y aguerrido “Tehuelches”, que  llevaba  dos campeonatos invictos.


La situación era tensa. En el viaje de ida el Colo, apenas hizo comentario. No había vuelta atrás. 






Voces del más allá


Fue un domingo a la madrugada. Estaba recostado en el sofá de la pieza, frente a la chimenea, cuando escuché una voz tenue al oído:

“Las almas que vigilan el barrio de Caballito no trascienden la amabilidad del ser humano. Alicia tiene problemas de la cintura, un pequeño desajuste.”

Fue la primera vez que la oí. Empezó como un murmullo lejano y tumultuoso, luego se fue acercando hasta que estalló en un grito ensordecedor.

Nunca me animé a contárselo a nadie. Tal vez por vergüenza  a que me tomaran por loco.

Me costó conciliar el sueño. Por algo en particular me recordaba a mi tío Alberto, el ferroviario.


Un mediodía de otoño me encontraba acomodando la pieza cuando llamaron a la puerta. Fueron dos golpes secos y al hilo. Atendí. Era una señora robusta, de unos cuarenta años, pelo rojizo y ojos grises. Las manos le temblaban. Se recostó sobre el sillón y, tras una larga pausa, me comentó que tenía una extraña enfermedad que no lograban diagnosticarle.

Es cierto que yo había vivido unos episodios de percepción especial, como intuir sucesos que iban a producirse, o transmitir calma a personas angustiadas. 

Su situación me conmovió. Me observó a los ojos, desanimada. La acompañé hacia la puerta. Al llegar me observó a los ojos, con una mirada profunda y penetrante y me dijo: “Gracias por escucharme”. Por costumbre, indagué “¿Su nombre, señora?”

Lo último que escuché fueron las trompetas de los vendedores de churros. Y allí me desmayé. No recuerdo más nada. “Alicia”, fue lo último que escuché.


Con dificultad lograron restablecerme. Todo parecía un sueño. Poco a poco fui recuperando el sentido y recordando desordenadamente los hechos.
Entramos  a la pieza. Le revisé la columna vertebral y le tiré el cuero. Se reincorporó como una equilibrista con una sonrisa de par en par. Era precisamente eso lo que tenía. 
“Nunca le podré devolver lo que hizo por mi”- mencionó-






Empecé por redecorar el taller del viejo: Compré unos sahumerios,  música hindú y por último coloqué un aviso: “Pacifista del Alma. Apoyo psicológico. Consultas Existenciales".



Por la noche me levanté sobresaltado, debido a un extraño ruido. Me acerqué con cuidado hasta apreciar un hálito de voz que me zumbó los tímpanos:

“Hubo una vez un profeta, en el pueblo de Israel, que caminaba a lo largo del desierto en busca de divulgar la fe. A mitad de camino se perdió y cayó victima de  deshidratación. El muy pánfilo no tenía GPS”

La voz pareció alejarse pero reapareció:

Misceláneas



Corría el año 1927 cuando nos mudamos a Capayán, Catamarca. No bien nos asentamos en nuestro nuevo hogar, mi padre me inscribió en el San Hipólito XXI. El único de la zona.

La escuela era apenas un  salón de tierra apisonada: no teníamos pupitres, ni bancos, ni siquiera sillas. Nos sentábamos en rejas de arados, tocones de ceibo y en calaveras de vaca. 
Escribíamos con trozos de ladrillos o pedazos de tripa gorda, mientras que la maestra utilizaba la pared como pizarra.




El colegio contaba con la maestra María, proveniente de Bahía Blanca. Ella nos comentaba la importancia de la educación: el crecimiento del intelecto , el enriquecimiento del habla, el cultivo de la imaginación. Cada día, nos leía un fragmento del Facundo:

“La educación primaria es la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos. La escuela es la base de la civilización”

En el primer día, una fuerte tormenta nos sorprendió en clase, cuando  aprendíamos las corrientes del océano Pacífico. La tormenta resquebrajó el techo adobado y las ventanas de mimbre.

La temperatura, en invierno, alcanzaba los once grados bajo cero. María, sin inmutarse,  dibujaba con esmero la estepa patagónica, la selva misionera y la llanura pampeana. Su despliegue virtuoso  hacia olvidar la corriente de viento helado que entraba por el techo desvanecido.


Cuando regresaba a casa mi padre advertía mi fuerte tos y las manos color púrpura. Mamá, le quitaba  importancia  alegando que las cosas en la vida no se consiguen fáciles. Mas tarde envolvía mis manos en un paño de terciopelo y las ponía junto al fuego, mientras me leía a Saint Exupery. 


En clase, nuestra medida, era adelantar la hora de química para formar ronda alrededor del mechero Bunsen y calentar nuestras manos. El frío era intenso y nuestras fuerzas se evaporaban en un santiamén. 

Cada madre colaboraba: sombreros de caimán, botas de cardúmen, pulóveres de lana de cabra(vicuña en su defecto) eran nuestros abrigos habituales. 


Al agotarse el fuego, la temperatura tornaba nuestra piel de un rosáceo púrpura. María, inmutable, a los fuertes vientos que sacudían las paredes, trazaba líneas, rectas, ángulos obtusos y equiláteros con una vitalidad digna de admiración. Nos daba cierto pudor comunicarle que no sentíamos los pies y de a ratos se nos nublaba la vista. 


“La constancia es la virtud de todo hombre con coraje”- solía decirme mi madre mientras  preparaba el te con miel para aliviar mi constante catarro-.


Al ingresar al aula, nos suministraba a cada uno un vaso con licor de huevo al chocolate. La botella era de una marca alemán desconocida; el sabor fuerte y empalagoso. Al segundo trago, el frío quedaba a un lado en nuestros pensamientos y proseguía nuestra ansiada enseñanza. 

Los efectos del licor eran disímiles: algunos comenzaban a hablar alternando palabras inconexas. Otros, menos resistentes,  daban vueltas alrededor de los tocones de ceibo hasta por último estamparse  contra la pizarra.

La euforia de los primeros tiempos se habían esfumado para no volver. Nuestros organismos, en crecimiento, no tardaron en habituarse a los efectos del alcohol. El licor de huevo no era suficiente.


En e bosque, tras un cruzar el pantano, un pequeño terreno hacia las veces de huerta. En nuestro fin de semana habíamos establecido una  plantación de tabaco, lo suficiente como para abastecernos uno o dos meses.

Por orden de María, encendíamos los cigarros con cierto temblequeo y el aula quedaba invadida por un humo grisáceo oscuro que quedaba flotando en el aire. Confieso que era difícil distinguir el pizarrón con la humareda que se formaba. 


Ya nada, nada en el mundo nos hizo perder el ánimo de aprender  e inmigrar a la gran ciudad de Buenos Aires. 

 “El granero del mundo”, la “Cosmopolita financiera” y el hombre de voz dulce y candorosa llamado Gardel formaban parte de nuestro sueño, nuestro imaginario colectivo.

Tras los meses  crudos del invierno, nuestra piel se había curtido, perdiendo toda sensibilidad. 


“Las cosas buenas en la vida vienen por caminos más largos” - decía mi madre, y yo pensaba que la salamandra venía en zulki de algún pueblo ruso-.



                                                         Continuará...

Alicia y Bety


Bety- ¡Que tarde que viniste!  ¿Trajiste el diario?
Alicia- Si, faltaba más...
Bety- A ver, che que me pongo los lentes. Estoy que no veo un pomo; el otro día me tragué un bicho bolita pensando que era una arveja. No me quedo otra que ir al oculista, con la situación en la que estamos… Me recetó una graduación nueva. Dos punto no se qué corno. Te diría si lo pudiese ver. No sé con qué pagarle al pobre tipo. Se la vengo pateando hace rato…
Alicia- Hablando de patearla, vamos a ver que tenemos. El de la semana pasada…
Bety-¡Que la boca se te haga a un lado!
Alicia- - Dios quiere tendremos más suerte.
Bety- “Hoy conmemoramos a nuestro querido padre, abuelo y hermano nuestro: Juan Sholem…
Alicia- Apa! Interesante... ¿Dónde dice?
Bety-  Yrigoyen 4846. 
Alicia- San Isidro, me gusta. Tengo buenos presentimientos. ¿Qué hora son?
Bety- 13:50hs. Estamos medias flojas de papeles.
Alicia- Vamos igual, Selma. Hemos llegado a cada hora y estado a cada hora…
Bety- Y si…otra no nos queda.
Alicia-¿Tenes monedas?
Bety- Lo justo para la ida.


Se levanta una tormenta. Relámpagos.



Alicia- Despacito. Ya casi estamos
Bety- Los guardias son cada vez más despiste. Fácil engañarlos…
Alicia- Ya una no puede divertirse siquiera con estos.
Bety- Presiento dónde está la condolida…
Alicia- La de vestidito violeta con el sombrero tiene toda la pinta de ser la hermana. Yo ahora me voy para la mesa. Antes agarrate los de miga antes que se los liquiden.
Bety- A mi nieta le van a encantar.
Alicia- Le traigo también para ella.
Bety- Bueno, me parece que me voy a hacer ruta. Para el lado del ropero tiene que haber. ¿Vos estás segura?
Alicia- Esto tiene pinta
Bety- Le falta glamour. La crisis los afecta. Se hace difícil trabajar así.
Alicia- Ni la viuda tiene un anillo decente.
Bety- Me parte el alma.
Alicia-¿Donde quedó el doble apellido?
Bety- Antes si que eran jolgorios.

Se van acercando en la cola 

Alicia- Lo que es el paso del tiempo. Antes me ponía nerviosa; el contacto.Tal vez una se va amansando, tomándole el gusto a la profesión.
Bety- A ver que tenemos. Vamos a meterle.
Alicia- Decir que estoy resfriada, (Aspira)  Esperate un ratito.
Se huele bien, te digo.
Bety- A ver, a ver que tenemos por acá (Huele  más profundamente)
Alicia-  ¡Que caripela! Te digo que le hizo un favor a la mujer
Bety- Que le vamos a hacer a este. Lo damos vuelta y no se le cae una moneda. Mira la cosa que tiene la mujer.
Alicia- La verdad que tenes razón.
Bety- Bueno, menos mal que tenemos lo de miga.
Alicia- Los de roquefort  no tienen desperdicio
Bety- Me estoy concentrando...
Alicia-¿Qué sucede?



Respira profundo

Bety- -¡Aja, ya lo tengo! 1954.
Alicia- Traspira Anselma en aires de competencia decir que estoy resfriada es…
Bety- No, no, no 1957. Se siente en los pómulos. Ese hombre exuda libertad, vigor.
Alicia- Cómo que no? Es 1954.  Su mejor punto. 

                                                 

 Continuará...

Mamá

Dos veces, y no una, mi madre me ayudó a ser quien soy. Ahora que ella no esta más soy capaz de escribir sobre el asunto, y puedo recordar mi infancia en la casa de San Pedro, esas noches en las que ella me encerraba en el galpón junto al piano; o las otras noches, en que me quitaba los ahorros para comprarse algún perfume.

Su plan era simple: convertirme en un concertista de renombre.

Con el primer canto del gallo, me alzaba en upa hasta el galpón y me sentaba somnoliento frente al piano. 


En el viaje había dibujado en un cartoncito los pasajes de la partitura que tenia yo cierta dificultad. Ejercitado, paso a vendarme los ojos con un pañuelo para interpretar la pieza de memoria.

Para solventar los gastos, mi madre e me inscribió en el concurso municipal “Enrique Discépolo” en el teatro de San Martín. En juego estaban 1o0.000 pesos ley, una fortuna para nuestra situación económica  ajustada. 

El tercer puesto me fue otorgado por el jurado. Levanté el trofeo con lágrimas mientras observaba las quejas de mi madre hacia el jurado. 


Al cumplir los nueve años, mi madre harta en las perdida de tiempo escolares,  abandoné los estudios para dedicarme por entero al estudio musical. Para aquello rento mi  cuarto a un estudiante de ingeniería  de la Pampa; y con el dinero me pago las clases particulares con el  profesor de contrapunto Juan Scalise. Un experto en la materia.

Vino una mañana con el poncho bajo el brazo. Alto,  desgarbado, piernas gigantes y de rostro rubicundo.


Las semanas solían pasar estudiando las  variaciones de Schumann, Hanon, Beethoven, Rachmaninov bajo la mirada atenta del profesor.
Mi hermana colaboraba al estirarme los dedos con alambre y en poco tiempo por día tocar a la perfección el 3er concierto de Rachmaninovv para cuatro manos.

En poco menos de dos años, con el esfuerzo y el sacrificio de horas de sueño, había desarrollado una técnica pianística prodigiosa.



Una Navidad





Cuando Papa perdió el empleo en el ferrocarril nos dijo que aquel año íbamos a festejar la navidad en familia como ninguna otra. 

En casa eramos  muy pobres. Solo recuerdo, no sin dificultad, a algunos de ellos:
Mi padres Pochenka y Leon, mis hermanas Davidenkay Torkiev y mis abuelo Anatoly. 

Con mis hermanos admirábamos al abuelo por su jovialidad y carisma. Se ufanaba de las mujeres bellas que había conquistado y de su cuerpo privilegiado.

Mis padres trataban de disimular la pobreza en la que vivíamos a diario. 

Pero lo que mas nos causaba admiración, era la comida que mi madre y la abuela Pochenka cocinaban con tanto amor y ternura: huesos que mi padre traía del cementerio que condimentaba con ensalada de yuyo, barro y brea y un leve toque de alcanfor o, en su defecto, talco ortopédico)

Masticábamos aquellos legumbres fibrosas sin quejarnos. 

Andanzas

ccc



En abril del 74, tras  haber perdido el trabajo, mi vida pegó un vuelco. Estaba con el Tata en mi pieza, viendo la final de Monzón, cuando irrumpió mi viejo, desaforado, y me dijo que juntara las cosas. 



Fuimos en busca de pensión. Hacía un calor sofocante y la humedad se estampaba en nuestros rostros. El timbre de color musgo, escondido por enredaderas que daba un tinte lúgubre a la casa. 

“Pueden quedarse sólo un mes. En cuanto estén los papeles pienso irme”- dijo la anciana con  acento italiano mientras se deslizaba por el angosto pasillo. Al llegar al extremo señaló el cuarto.

“Aquí, en el taller pasaba  horas mi marido. Era un carpintero con gran inventiva. Ahora está hecho una piltrafa.”
El Tata les deslizó unos pesos a la señora, que esbozó una sonrisa, mostrando sus dientes color azafrán.


Rara vez, salíamos; sólo para comprar algo de comer o yerba para el mate. El poco dinero  nos alcanzaba para regocijarnos  con la revista “Pelo”, ver las peleas del negro, el Capitán Piluso o jugar interminables “Cadáveres Exquisitos”.




El Tata volvía por las noches, de la facultad de Filosofía para embriagarnos con alguna edición inédita de algún libro de aventuras de Mark Twain y era cuestión deleitarnos con la lectura del primer párrafo, que encendíamos uno, y el humo grisáceo, espeso, inundaba el ambiente, dándole un sabor mágico, único a nuestra eterna independencia.

Era el éxtasis: Por primera vez en la vida, podíamos quedarnos hasta las seis de la mañana escuchando “Selling England by the pound” hasta estallar los tímpanos; por primera vez en la vida, podíamos realizar orgías hasta el amanecer.




Nos encontrábamos eufóricos  en pleno jolgorio, con los parlantes a todo lo que daban, formando trencitos con cuanto extraño, en busca de exhibir al mundo entero, y sobre todo a los cuarentones como nosotros (llenos de compromisos absurdos) que la edad no nos pesaba en absoluto.




 Partidos anímicamente, ninguno de los dos tenía serias intenciones de volver a buscar empleo.  Así fue como Renato y Sandra, cayeron a nuestro hogar para salvar la caída  de nuestro imperio.



Vendimos la cucheta y nos trasladamos a la cocina por la incipiente llegada del invierno.